Esta que vemos. Esta ciudad que tiene un perfume tan particular, un sonido tan propio. Esta Buenos Aires de gente joven con jeans o con saco, que quiere hacer música y empieza por donde habitualmente empiezan los jóvenes: por el ritmo. Esta ciudad en la que tienen un lugar importante los roqueros, los que hacen la música que ellos llaman progresiva. Se les pasará... Llegaran al tango, con los años llegaran. Ellos apuntan a Buenos Aires, y está claro que es así cuando incorporan un bandoneón a sus formaciones. Por supuesto que ese bandoneón cumple una función casi decorativa, es casi un saxofón. Pero ellos quieren hacer música de la ciudad, y a mí, ser uno de sus ídolos es una cosa que me emociona.
A esa ciudad de la humedad y de la nostalgia esta dirigida mi música, mi tango.
A. Piazzolla
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“¡Acaso te llamaras solamente María!” una vez lo grito, no se dio cuenta y no era algo extraño pensar que estaba herido, o por lo menos así yo quería creerlo. Nunca le hablé, una vez me dijo algo así como “che pibe, tenes un tabaco” a lo que bajé la cabeza y seguí mi destino en otras mesas, no me sentía a la altura de sus gestos, era intocable esa imagen para mí, charro deseo mío de conservarlo como lo soñaba. Si hubiera sabido que sólo sería mi recuerdo gris, que él era eso que yo no podía ser, eso que yo quería retratar.
Tango deseaba, tango me daba el aire, tango que se cruzaba con The velvet underground, con U2, con Pink Floyd y con otros, por eso era difícil saber si realmente me estaba entregando al momento, porque me esforzaba, logré llorar... pero cómo saber. De vez en cuando se pedía una grappa, esos días que de verdad quería olvidar, yo suponía que era por el frió o la lluvia que todo se conjugaba en penas, Marcial del fondo ponía la música: "desde mi triste soledad veré caer las rosas muertas de mi juventud..." y yo miraba como caía en desgracia aquel (único e irreal) cafetín, como ya eran más los turistas, más los visitantes, más que las personas de verdad. En el medio estaba yo, yo que era una especie de ente que no se desidia por un tiempo, que no sabía respetar sus espacios, que tenía miedo de pertenecer a ese ambiente que ya estaba muerto. Pero qué placer, qué placer llegar a comprenderlos aunque sea un poco, sólo aspiraba a eso, a mirarlos y a pensar que entendía la angustia fuera de toda preocupación posmoderna. Mi maldición maleva, yo sufría a través de ellos, no por ellos, sino por otras heridas, "nací a las penas, bebí mis años..." me gustaba pensar que realmente podía ser así, que alguien podía ser la perfección de la nostalgia.
Buenos Aires como lágrimas de bandoneón, el viejo con bigotes que caen de costado hacia abajo, sin fuerza, las arrugas blancas, lo poco plateado de su sien. Por mis bosquejos de esa perfección, deje de ir un par de días, vagué y pensé demasiado en el tenor de su voz, en si realmente valía la pena que le siguieran pasando los abriles ¿no sería hermoso un adiós muchachos y final? o por lo menos para mí, para poder arrancarme esa presión, esa que me delega su imagen, mi condena es no poder elegir ¿desear tal vez? lo que no me corresponde. No quise mirarlo.
Como un intento de Borges, al no poder negarse a sí mismo para poder pertenecer en ese ambiente, intente circundar esas calles, delimitar las ochavas que ya habían desaparecido, teniendo la dicha de ser el espectador de, simplemente, lo único que quedaba de la creación de esa irrealidad de otras épocas, que alguien, tal vez de mí tiempo imaginó. Ese día me acerque decidido (si la muerte tuviera algo especial a dos chicos jugando en la calle) imágenes malevas, entre cuchillos y noches, penetraban; no emitió sonido, y fue ahí cuando me acordé de "Sur": "¡si yo te quiero turra mía!" el empedrado mojado y ella yéndose.
Soltó el cigarrillo, dejó el café y cantó las cuarenta.
A mi viejo.