jueves, 15 de octubre de 2009

Te envío.


Rosas rojas para tí/ he comprado esta noche/ y tu sabes muy bien/ lo que quiero de tí


Massimo Ranieri, Rosas Rojas.


Así que solo deje pasar los sueños turbios dando cuenta que sólo sucedían por menester. Como dije antes, te envío esta explicación para que entiendas mí día a día y para que reveas lo vacuo de la muerte y lo innecesario del alarde que se desarrolla alrededor.

Por cierto la mañana fue muy tranquila, me desperté alrededor de esas horas donde nada concuerda y sin más que hacer partí hacia mi lugar de trabajo. No puedo decir que no es agotador, pero ciertamente es placentero, siempre los mismos gritos, ya son indudablemente una constante, podría decir que la gente habla cuando grita, tan común, una lástima que no puedan verlo.

Mientras disponía mis herramientas, y considerando lo peculiar del caso, por tratarse de un amigo en común (entenderás la razón por la que te escribo esta carta, después de tanto tiempo sin tratarnos) decidí infiltrarme en el tumulto de la ciudad, extraño, ya que la muchedumbre me produce pánico, pero por única vez me pareció pertinente hacer una excepción, y como un espía (lo cual dista mucho de ser mi trabajo, a pesar de lo que puedas pensar leyendo estas líneas) observé atento su andar, por tiempo indeterminado.

Caminando confeccioné un par de ideas flemáticas y grandilocuentes; sí, sabés que es inevitable para mí ponerme en el lugar de juez; abruptamente pensé: la masa es estúpida y temerosa, es ahí donde la muerte trasciende toda particularidad, porque la muerte no es otra cosa que una gran idea, nada más y al igual que estas palabras robadas: (del que tanto te disgustaba citar) “y ya que las ideas no son eternas como el mármol sino inmortales como una selva o un río...” la muerte se desangra en el tiempo, y como un concepto lacerado vuelve a nacer.

Recordarás nuestras charlas taciturnas después de que descifres mi labor, te sorprenderá mi accionar, si no es que ya te ha sorprendido redescubrir mi existencia, y te darás cuenta del hecho, caerás en tu incoherencia, y en la inconsistencia de los discursos más progresistas y lógicamente posmodernos. No vas a pensar más, y me juzgarás fuera de la razón que acuñábamos, porque yo, finalmente, pude llevar a la práctica a esa flexibilidad moral, la misma que apuntábamos como ideal.

Si aún conservo alguna esperanza respecto a tú temperamento, será en la fácil aceptación de la pérdida, tendrás que reconocer que nunca nos pareció respetable como persona, y que su desaparición muy en el fondo nos era indiferente, tanto así que deseábamos que alguien tomara esta iniciativa. Sin contar que, ahora lo recuerdo tan vivazmente, nos jactábamos jocosamente de ser propensos al olvido, como buenos seres soberbios y superados. En este instante del fluir de mi memoria puedo argüir que tal vez, lo que yo hago, no está tan alejado de ese anarco-individualismo del que tanto me invitabas a leer.

Me gusta trabajar en la altura, desde una posición poco visible. No, no pienses mal, no me escondo en el panóptico, no me interesa hacerlo más de lo necesario, pero es para mí importante, a diferencia de los mediocres que acrecientan la plusvalía, sentirme ligado profundamente, en la pasividad, a mí trabajo, como si tuviera que sacar a relucir esa conexión vital que tiene sobre el otro. Como si negara mí poder y lo hiciera parte de su cotidianeidad. Yo estoy solo en esa altura, como me gusta estarlo, contrastando esa mínima imagen que puedo producir de un Dios quitándoles la vida, y siendo finalmente una lluvia (¿purificadora? podrías pensar eso, por qué no) que no les afecta demasiado, una anomalía bien paga, pero que me da a mí la satisfacción absoluta, y espero que a algún ávido, yo sé que los hay todavía, le de la personificación exacta de ese esquema de redes de poder subyacentes en toda sociedad. La mixtura de la libertad y del poder, llevado al extremo, porque nunca seré juzgado empíricamente de ninguna forma, siempre estaré, en mi elevación particular, en el placer propiamente esgrimido, por fuera de cualquier jurisprudencia.

Dirás: qué sentido tiene que esto sea real, si era más fuerte nuestra interpretación, nuestra certeza imaginaria, nuestro ideal, que el hacer una mínima parte de ese planteo. A quienes les importe, me tratarán de loco, de mercenario, de inescrupuloso, y de corrupto; otros, de sádico, sociópata, de ilegal, de marginado; otros presuntos analistas (embadurnados de marxismo) me tildarán de consecuencia efectiva de un mundo defectuoso por donde se lo mire, de una sociedad normativa de toda pulsión, encauzadora, en algunos pocos casos, de atrocidades como las que yo promuevo, pero que la historia de la humanidad ha contado en demasía. Yo seré, en sus mentes, sólo por unos instantes, la violencia que brota constantemente, aquella disciplinada y aplicada. Pero saberlo no me afecta, y conocer estos planteos no me hace mejor, al contrario de lo que creés que pienso, pero no es necesario que lo explique, sencillamente no me interesan, mi interpretante es otro, por eso prefiero el anonimato.

Mis manos tienen sangre, lo sé, pero si bien fluye por dentro, ciertas veces logro ver a trasluz como corre, como bombea; es en esos momentos de delirio que me gusta pensar que les hago el favor, que les brindo la posibilidad de que les pase lo mismo que a mí.

Apunté directo a la cabeza, sin la más minima alegoría política, siendo cada uno de mis actos totalmente político. La sangre salpicó, el cuerpo retumbó, la sangre fluyó, los gritos se volvieron habla, la sangre fue comprendida, las sirenas pintaron un paisaje, la sangre escurrió por la alcantarilla, los veredictos llegaron tarde, la sangre no pudo ser retenida. Y en ese pequeño acto de satisfacción, yo me vi únicamente como un espectador, como ese hombre que debatía y confeccionaba ideas repetidas junto a un amigo, al borde de una taza de café. Finalmente yo me vi de nuevo confeccionando una idea, como me veo siempre.


Te envío este comentario, sólo te lo envío, no espero nada a cambio.