lunes, 28 de septiembre de 2009

Amedeo




Amor che con l'amor.

Música amorosa y canto de amor; se siente, en aquella música, en aquel canto, algo así como un “debatirse”, un “padecerse”, en la jerga decimos “yo me muevo por ti”. Hay un no querer concluir, un modo que no se vuelve utilidad, que no necesita trabajo. Hay un momento perpetuo, el agitamiento de un espasmo. En la Italia peninsular dirían: el mar. Esta masa de ella misma en ella misma, nunca inmóvil, pero quieta en su terquedad de ser, en esos segmentos de ondas, la eterna mixtura de mar con mar. Así la palabra de amor, la rompiente del canto… y la música talvez… talvez sea la música del mar. Hablo de amor y me mezclo a mí mismo, pobre de mí, que en mar he caído y como un pez debo nadar. Debo decir ¿qué debo decir? Debo decir que debo decir: “Amor”. En primer medida debo escuchar decir que lo digo, debo volverme sonoro a mí mismo, como el crujir de las hojas, la boca y las orejas al árbol. Y todo es un simplificar, no se puede ser explicativamente simple sino amorosamente. Debo cortar los campos, como una tijera corta una sabana verde, resbalando, y debo atravesar los muros, porque estaba distraído y no me acordaba de que ahí había un muro, una reja, una puerta; debo caminar sobre el agua, debo hacerme “milagro”… resucitarme: “de muerto al amor”, hacer sangre el agua… ¿y todo esto para qué? Para poder nombrar la rosa… si cuando naciste, nació una rosa… debo decirlo sin decencia, sin crear yo aquella, Tú rosa. Porque yo no espero más, y más no creo, ni quiero.

La distracción al todo: aquí se simplifica, o por interés o por amor. Así suceden los flashes, veo cosas que no están, las veo allá, donde no hay ni siquiera un “allá”. Me como las palabras, y yo, que de eso me nutro, soy el sentido. Naturaleza que devora la naturaleza de las cosas.
Y ahora que todo recae en la música, la música… esta ausencia de ruido, esta falta, este desvanecimiento de la utilidad del sonido. Porque yo no espero más volver al modo conveniente, a la oportunidad. Pero inoportuno, yo canto… así como mi corazón se ha adherido a ti. Una cosa que no existe en la naturaleza de las cosas, pero si en la ilusión, que es burla de todo lo que ya no me apasiona, de todo lo que no es tú, la rosa.

Así como consumidor me burlo, el oportunista burlón, el electo y el elector, el perspicaz, el cauto, el mesurado, el prudente. Sí, quiero ser preciso: yo arrojo mi palabra, el canto, hasta el éxtasis, sí, de los santos frustrados, santos burgueses de la represión, atravesados por la luz, bajo los reflectores (que cada santo ambiciona al arte, del primero al séptimo), publicitarios más allá de la muerte; y lo precipito, aquel canto, a lo profundo de una huelga de mineros con linternas sobre los cascos. Sí, la palabra amorosa como un capricho, que se arquea como un adorno de luminarias paisanas tras el delirio místico y la obscenidad. Sinvergüenza e irrefrenable canto, construido en el aire, canto del amor hipérbole que se desenreda de cada verdad de estatuto, de ordenamiento, de estado. Canto que arqueándose se representa a sí mismo en pose inconveniente al nutrirse de su propio decirse.

Deglutir la palabra amor juntos, al unísono la oreja con los labios, cantar como un respiro boca a boca, uno de los dos desconcertado, sacado de una necesidad de todo, mas no de amor excesivo. Y no se está enamorado sino excesivamente, si el amor es esto: su propia extensión, y en esa amplificación, aquel canto se pierde mientras desenvuelves el aliento, que me escucha. No decir nada de lo humanamente aprovechable, nada del bien como algo fructífero, pero sí magnificar los frutos, inventarse, líneas de sí mismo en el aire; ser antes de entender quién se es.

¿Por qué te busco? Porque nunca voy a entender por qué te busco. Y tu cuerpo procesionario pasa delante de mí canción de fiestas populares. Canción que finalmente no comunica pero es, aparece como un héroe romántico tras el follaje de los matorrales revoltosos. Y es así porque así parece. Si la comunicación no es jamás la extorsión de un consenso, la estupidez (aquella tal vez sí) robada, persuasiva y halagadora, placer de una satisfacción indecente surgida en repugnantes carreras políticas. Aquí no es la fuerza del trabajo campesino, no es proyecto entorno al propio pedestal constructivo. Pensarnos y después, pero pensarnos es tergiversar; el amor, cuando es, no es pensamiento, como el pensamiento de amor nunca es el amor; aquí es únicamente la voz, su murmullo detrás de las ramas, en fuga para repararse a sí mismo, tal vez para no escapar.

Cantar de una canción que se canta, cuando escribir los versos es verdaderamente escribir los versos, vocales, con las cuerdas agonizantes. Canción que se canta porque podrá escucharse a sí misma, una canción. Amor que solo con el amor se mezcla y ama.

Y aquí se firma.


Amedeo Minghi, Cantare è d’amore

(Tradotto)