Me percaté de que era trágico, irremediable y sencillamente capitalista.
Era estable sentir que finalmente uno es un dead man walking, que no va a morir pero que se va a sentir en ese estado indefinidamente, sobre todo en los instantes previos a que te atrapen. Perder la libertad, esa que no tuvimos más que en nuestra felicidad, en esa quietud placentera de saber que puede pasar, que puede, pero no pasa.
El delito que no resulta crimen, ese que no tiene el menester de ser crimen, es una operación común en un mundo donde lo injusto impera dentro y fuera de lo establecido, y no estoy siendo moralista, ni quiero postular nada que sea novedoso.
No quiero que esto parezca un juicio de valor.
Algunos criminales son artistas y sus acciones son más valiosas que las de un ciudadano modelo.
Es sólo el hecho particular del delito el que vuelve lo transparente en incierto.
(Indefiniciones en un mismo cuerpo)
Cuando cae ese relato que deja en descubierto todo lo incoherente, es cuando la historia se torna exquisitamente compleja para el jurado y terriblemente trágica para el delincuente.
Como cuando el amor se va, y la humillación se hace carne.