viernes, 23 de enero de 2009

Severino.




En el apasionamiento del varón yace la fuerza de la mujer. Y ella está empeñada en hacer uso de esa fuerza, en tanto el hombre no se lo impida. Su única alternativa es ser el tirano o el esclavo de la mujer


Leopold von Sacher-Masoch, La Venus de las pieles.




He de recorrer un camino cierto y dado, he elegido salir del panteón de la masculinidad, y arrastrarme, tal vez, por fuera de las ideas a las cuales les atribuyo brillantes; me arrastro sintiendo que lo único que puede ponerme de pie es su beso, su piel. Resulto impío, no debería sufrir en vano eso que no hace al sufrimiento de los pueblos, más cuando he de ser consciente y diagramador de mi propio dolor. Pero aquí otra vez, otra vez como he repetido cientos de veces, no está en mí no querer ese dolor contractual.

El daño no se delega y las consecuencias son propias, rozando la burla de los correligionarios o de los que sí encuentran salida, la falta de maduración de mis estadíos hace que no sea apto para ser encasillado en un acto artístico de romance ineludible (trágico) atrapado en el canon narrativo de una vida que se forja a golpes (ideal) sino en cierta mediocridad, propia de los tontos. Pero aquí justamente es, cuando el placer de ese dolor tampoco se transfiere y escondido en la vasta oscuridad de la soledad, el látigo golpea, al ritmo de mis ganas.

Y ese látigo será para mí lo que para ellos debe ser evitable, lo que para ellos es, sencillamente, imperceptible.



Severin, severin, speak so slightly
Severin, down on your bended knee
Taste the whip, in love not given lightly
Taste the whip, now plead for me

(...)

(Lou Reed, Venus in furs)

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