lunes, 15 de junio de 2009

Encontrar y satisfacer.


Los hombres vulgares han inventado la vida en sociedad porque les es más fácil soportar a los demás que soportarse a sí mismos.

Artur Schopenhauer.


Caminó tres cuadras hasta llegar al río, se paró y miró las luces que desfilaban a lo lejos, le dio la espalda al agua y sin que le importara, se sentó, como si no hubiera río, como si no existiera el frío. Sacó un libro y se forzó a leer; dos morochos (así les decía él) se acercaron y le pidieron fuego. Golpeado y sin dinero lloró al escuchar un tango que salía de un puesto de choripanes, Carlos Galarce cantaba "El Barco María", y mirando el río recitó: "los mares lejanos marcaron su huella, quién sabe en qué puerto sus anclas hundió", lloraba como una mujer. Partido en dos, sucio y ya casi en harapos (según pensaba, sin embargo todavía conservaba impecables la corbata y los jeans) bajó hasta la orilla, y como otro tango, esta vez de Chico Novarro, se dijo: "si en este mundo sin orillas el único peatón sos vos", se subió al barco, desancló y navegó por ese río traslucido como su idea del agua, miró al frente buscando una tormenta; tenía vino y tenía pan, tenía dos certezas: encontrar y satisfacer. Lo vieron los peces sustrayendo su imagen del río, sonriendo y saludando al que había dejado atrás en la ciudad de lo aires. Siguió hasta el borde del verde que limitaba ese cuadro impresionista de Monet, y como entrando en el verano de Vivaldi (que para él fue siempre otoño) agarró dos hojas de maple, dobló y se preguntó lo que Bryan Ferry ya se había preguntado siglos atrás: ¿Por qué el mar sobre la corriente no tiene forma de regresar? se dio cuenta de que no había nada más egoísta que volar por el oceano, sonrió y cayó en consciencia del análisis político por el cual atravesaba, sin titubear él sabía muy bien que hay que disparar si es necesario, y bien sabía que hay gente que debe morir y otra que debe sufrir.

Alejado de esos cinco continentes, llegó a una isla pasando por el destino, el destino no era algo palpable, pero a su vez sí lo era en su evocación constante. El destino fue esquivo, ya se habían visto antes, él se había sentado en él, y había pasado algunos de sus mejores almuerzos y cenas, pero siempre en compañía, ahora estaba sexualmente solo, y lo único que veía en ese destino, que había sido tal, era nostalgia. El destino fue azaroso, él pensó que podía acostumbrarse a esa rectitud temporal, más cuando le daba tanto placer comer y beber en compañía, pero se había ido y no era saludable pensar en vivir para sufrir, todo pasó a ser un paisaje inaccesible. Teniendo en mente todo esto decidió darse un último banquete, enorme, sobre el destino, se regocijó a sí mismo como nunca y recordó lo bello de lo que fue ese conglomerado de idiosincrasias, festejó su vida, sin olvidarse un segundo de esa compañía y del peso que ahora tenía en este viaje.

Noches enteras en la isla le dieron la vaga expectativa de un final, había estado caminando por todas las calles de asfalto que ya conocía, los parques, los edificios, los autos y todo eso que hacía a sus allegados, todo en el mismo lugar, todo carente de volumen. El recuerdo disociado lo perseguía, él debía llenar los espacios vacíos, tenía que terminar el sentir que lo desbordaba, el escenario estaba dado y lo inconcluso era sólo su idea. Repetir los lugares una y otra vez, sentir los sentidos aflorar en los símiles momentos, infinidad de veces, no poder escapar a la intención propia de otros tiempos.

Recordar una palabra en un idioma que no era el suyo, esa palabra que hacía llorar, la palabra símbolo entero de toda devoción; y no la podía decir, y nadie lo podía escuchar, entonces su boca desapareció y la palabra ya no fue. Pero si no es el lenguaje, pensó, no hay imagen posible, entonces a la par cerró sus ojos y no los abrió más; todos los cuadros del mundo ocuparon su mente, él lo sabía todo, él había vivido todo. Caminando lentamente sobre Corrientes pidió el apocalipsis, porque, banalmente para él, todos los días eran como domingo, grises y silentes; ganado por un truco y un mate. La miseria de la vida dejó de ser de la vida y pasó a ser suya.

Sin brújula y sin radio, envejecía, solo.