Me di cuenta que estando en el tumulto de lo que se oculta para estar bien, uno tiene que relajarse.
Caminábamos por una ciudad que no nos pertenecía, aunque yo fervorosamente pensaba lo contrario, ella se jactaba de su desprecio, yo sonreía pensando que no hay belleza si no hay contradicción. Ella la detestaba, un odio fundado, razonable. Igualmente no se quejaba del paseo, el humo de los autos incendiados oscurecía el cielo y el ruido de las sirenas, junto con el de las armas (que se disparaban constantemente) nos daban ese roce de entretenimiento, como si todo fuera un gran circo, nosotros sólo dos espectadores infantiles, pero sin miedo, no era nuestro tiempo ni nuestra realidad, era una transposición, circunstancias diferentes. A mí me interesaba la causa, pero sabiendo el final todo me resultaba estéril, perdía gracia, tal vez no sentido, pero eso no nos importaba, sólo queríamos divertirnos.
Ella directamente miraba todo desde el panóptico, sobria, indiferente, y con un casi natural sarcasmo, "La vie en rose" reía de costado. Yo caminaba apurado, tenía la necesidad vacua de ver la torre Eiffel al lado del obelisco; oportunidad única -repetía-, mientras observaba su aburrimiento y la falta de interés, ella quería volver al sur, Cannes o tal vez Avellaneda.
"El espíritu de los tiempos no correspondidos" que tanta añoranza y melancolía me habían producido alguna vez, se diluían en los deseos de ver el paisaje y de recorrer ese tumulto, me sentía un turista, era mi ciudad, distinta y amalgamada (los empedrados, las calles, la policía, los bastones, lo bohemio, lo burgués, lo propiamente urbano) para ella era lo mismo de siempre, y el revuelo era un signo perdido, de niños mimados, de burguesía al revés, de intenciones no realizadas; se estaba cansando no quería caminar más, yo en cambio quería seguir explorando, para mi era sorprendente e irremediablemente bello, más aun en el libido de la lucha (entendía como lo divertido dejaba de serlo).
No quise perderme las palabras de Foucault, Sartre, Ricoeur y los otros, ni las notas de Piazzolla que seguramente hubieran sonado tan bellas estando debajo del arco del triunfo, ni la elegancia despreciada por el anarquismo; pero tal vez ella tenía razón, lo ganado ya era una imposición, lo demás era simplemente triste y contradictorio (ella odiaba esa palabra) era mejor irnos a llorar que quedarnos observando.
Llegamos a casa y como decía Borges "la noche se ha quedado en los ojos de los ciegos", por la ventana todavía se escuchaba a algún pendejo cantando la Marsellesa o alguna otra de Los Redondos
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1 comentario:
esto no te lo digo muy seguido amor, pero...
me gusto..
bueno, era eso solo..vos sabes q viniendo de mi..es mucho =)
Lola♥
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