Ya sé que no es oportuna la ocasión, pero estoy sentado acá mirando las copas de los árboles, los balcones con gente, las calles con humo. Y lamentablemente todo me recuerda a vos, esa muda expresión de lo clásico, lo intangible, lo cercano; pero fundamentalmente lo real.
Cuadraditos, pequeños y verdes cuadraditos, viendo en partes la vida bella en sus formas más banales, como si no existieran estratos más allá de las copas de los árboles que pierden, como yo ya he perdido en días de otoño, hojas que no siempre están marchitas. Y que viendo lo rojizo que a veces puede tornarse mi panorama, mi visión, mi mente, me he acordado que nunca he visto un árbol que no esté rodeado de vida sin vida. Tanto sea esta conjunción de ladrillos o el pavimento que es divisado a lo lejos, y que sin duda han sido parte de la pecaminosa construcción humana, por lo qué, debo decirlo, me he entregado con gusto al pecado, dando cuenta que para mí morder aunque sea un poco la fruta prohibida, no resulta en la salida sino en la entrada a mi paraíso. Éste, lleno de ruidos insoportables, ventanas a gran altura y puertas sin salida.
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