Cruel en el cartel/ la propaganda manda cruel en el cartel/ y en el fetiche de un afiche de papel/ se vende la ilusión/ se rifa el corazón...
Y apareces tú/ vendiendo el último jirón de juventud/ cargándome otra vez la cruz/ ¡Cruel en el cartel! te ríes, corazón/
¡Dan ganas de balearse en un rincón!
Homero Expósito (Afiches)
Podía llegar a pensar que las cosas no me habían salido bien por mera contingencia del destino, amagues de esos dignos de una canción, o de un film de domingo por la tarde... esos que barajan con el ascenso y descenso de las ilusiones, el triunfo y la tragedia, todo a la vez, todo, en una hora y media de luz tenue al lado del televisor, como si bastara un mate, dos biscochos y un poco de saliva tragada para poder pasar ese desencuentro con la fe. No, no caminaba por la calle en invierno, ni se me desangraban las pupilas de llorar en los umbrales de una Buenos Aires que yo quería ver fría, muy fría como en "Descalzos en el parque", imaginada tal vez una Nueva York festiva entre pinos falsos, capitalismo a ultranza y un nene que mira desecho cómo pasa el carnaval, sin que lo dejen pasar a la fiesta. No, era sólo una bufanda en el cuello y mis deseos de que el tiempo me regale dos horitas para poder caminar por Recoleta, mirar los edificios, obviar a la gente que los habita, y pensar, tratar de reencontrarme con la satisfacción que me delegaban esas ideas, volátiles, de la desesperación, esas que tanto placer psico volche transmiten a mis nervios, una soberbia exquisita que mis allegados no podían percibir. Y por qué no, convencerme de que lo que me estaba pasando era digno de las más acérrimas tragedias existentes, y a veces creo que debería ser así, sin pensarse, sin dialogarse, lo triste es triste en todas sus formas artísticas... pero al fin y al cabo tanta sociología al pedo, que ni el más triste tango podía despertar lagrimas verdaderas en mi, y sí, surgían otras que fueran originadas por un documental sobre la masacre de Trelew. Alan Pauls al revés, yo no podía llorar mis circunstancias (las recreaba en mi mente, abstraídas de mi vida, a ver si lograba algo) era la historia de un llanto aferrado a ese progresismo que se pretende tan cercano a lo vital, a la especie.
Probablemente mienta, tan sólo una parte de mi creía que si todo se analiza cae en síntesis y por ende se guarda en la parte más rígida del cerebro, una forma de seguir sin ser ingenuo con uno mismo, un individualismo muy, pero muy, placentero y funcional. Por otro lado sufría por no poder mantener ese espontáneo hedonismo, que luego se transformó en otro más razonable, menos fiestero. Aún así todo seguía siendo digerido, yo deseaba ver los afiches sin pensar, quería mirar para arriba, ver los árboles y decir que es bello, sin pensar por qué, sin requerir análisis, echándole la culpa de todo lo que aparentaba ser trágico (y que ya lo era en ese plano ) creerme esas mentiras (mediocres tal vez) de los estereotipos, de ella. Intensamente sentir, y tomar, y curda, y desesperanza, y olvido, y recuerdo otra vez; lo típico, lo lindo.
Por eso las diferencias, no poder posicionarme desde el trasfondo, tal vez mi existencia. Me paré, miré y recité, Las cuarenta: "...vieja calle de mi barrio donde he dado el primer paso, vuelvo a vos gastado el mazo en inútil barajar; con una llaga en el pecho, con mi sueño hecho pedazos, que se rompió en un abrazo que me diera la verdad...” sólo la música lo permite.
Y fue ahí cuando empezó entre tantas conjeturas. Construí lo impersonal.
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