jueves, 11 de febrero de 2010

Guión


(...)
There is no mountain, there is no god, there is memory
of my torn life, myself split open in sleep, the rescued
child
beside me among the doctors, and a word
of rescue from the great eyes.

No more masks! No more mythologies!

Now, for the first time, the god lifts his hand,
the fragments join in me with their own music.


The poem as a mask, Orpheus. By Muriel Rukeyser

Oscuridad total, se oye un ruido de algo que cae estrepitosamente, un crujido, y el abrir de una persiana americana que deja entrar luz de día a una pequeña habitación, que da a contrafrente en el piso 4 .
El personaje que abre la ventana, levanta del piso un pequeño despertador de metal, mientras murmura, todavía dormido, alguna blasfemia.

No entiendo por qué todavía me cuesta tanto adaptarme al amanecer, siempre que lo pienso me acuerdo de los domingos en casa cuando temprano mamá venía al grito: “Vamos, arriba, arriba, que esta casa no se limpia sola”; que desagradable el ruido que causaba al abrir la puerta cancel, y lo peor era la luz blanca que entraba de golpe y me miraba. Yo tratando en vano de taparme con las sabanas y deseando, molesto, estar en otro lugar, en otro tiempo.
Con desgano, pero con una cierta convicción interior, se cambia rápido, tiritando por el frió, alcanza vagamente en tiempo para hacerse una taza de café, agarra unos libros y parte hacia la facultad. Toma un colectivo y oportunamente consigue un asiento. En el camino mira por la ventana

Podría llamarla, ¿la extraño? (no es una pregunta, pero cómo decirlo de otro modo). Debería ver menos televisión, pero no sé, no creo todavía ser lo suficientemente feliz como para dejarla.

Repentinamente el colectivo frena, y se da cuenta de que su parada está próxima, se acomoda y dos cuadras más adelante baja.
Al subir por las escaleras de la facultad sigue pensando

Bien: me tengo que comprar Las Palabras y Las Cosas y esa opera del payaso de Leoncavallo que aparece en Los Intocables, algo de ropa y guardar algo para las putas; espero que el 5 me paguen...

-Soledad, espacios vacíos, como quisiera dejarlo todo en algún lugar más, algún lugar más.-


Entra a un aula y en el medio de la clase reflexiona acerca de la vacuidad del pluralismo opositor del que habla Aliverti, piensa en Foucault, Nitzsche, y en Silvio Rodríguez: “Yo no sé lo que es el destino/ caminando fui lo que fui/ allá dios que será divino/ yo me muero como viví” se acuerda de Cantares de Serrat. Tiene ganas de llorar, pero no por la canción.
Sale, va al baño, se lava la cara, suspira y piensa en mármol, en lo eterno, en Borges, en caminar por la ciudad como hacía Borges, en llorar como Borges; con pocas pero precisas lágrimas

Tantas cosas más graves que esto, pero no puedo dejar de sentir, como si fuera un defecto.

Sigue teorizando como si sus pensamientos fueran máximas universales no manifiestas, como si escribiera un libro silente. Una forma que en vano intenta canalizar el dolor de manera que no se pierda sino que se transforme, en ideas más y más dolorosas aún, pero que en cierta medida le dan una gratificación en beneficio de su comprensión, como si el conocimiento fuera un premio tácito

Me encantaría, algún día, dejar esta melancolía tan hermosa, esta resignación tan intensa y dedicarme a crear mi historia... (Escribe)

Mientras regresa caminando hacia su hogar se detiene a observar unas vidrieras de ropa, pasando por Lacoste, Yves Saint lauren, Chevignon; a veces la ropa no hace al hombre. Todo a su alrededor le recuerda a esas calles de Nueva York que tan solemnemente se muestran en Manhattan, pero que nunca tuvo la fortuna de constatar, y piensa en un tiempo que no le corresponde, en un espacio que nunca será suyo, en cómo hacer para evitar la mediocridad, cómo hacer para que todas sus acciones y reflexiones tengan un poco más de sentido, para que todo trascienda mas allá de su realización personal, del goce espiritual, de esa flexibilidad moral de la que tanto habla; cómo hacer para sentirse libre y sin culpa.

Hace una semana que no sale el sol y me afecta demasiado.

Sale de ver una película sobre la “movida” sexual de Nueva York. En el colectivo mira por la ventana, como observando; entretanto una chica que estaba sentada junto a él se levanta y camina hacia la puerta, en eso mira la remera que lleva puesta, que de manera llamativa dice “New York” justo sobre sus pechos, le resulta extraño y casi se sonríe. La mujer baja y al hacerlo deja en descubierto a un chico que estaba sentado frente a él un par de metros más adelante. Tiene unos preciosos –fue la única palabra que lleno esa necesidad vacua de lenguaje- ojos verdes; él mira, mientras desde lo más microscópico de su piel se revela ese deseo tan llano tan superficial tan natural y tan reservado de acercarse y besarlo. Pero como siempre le sucede, ya sea hombre o mujer, hay algo en su interior –en ese límite virtual que existe entre la piel y los sentidos- que se lo impide, algo que estando en el cine desaparece

Yo no voy a bailar y vos no vas a cantar...

Él siempre estuvo convencido de que su existencia era innecesaria o a lo sumo inútil, pero al mismo tiempo de que se jactaba de eso, sabía que el placer hedonista era algo que sólo se conseguía en vida, por lo contradictorio, y por supuesto daba ira –como él solía repetir- de la injusticia, encerrándose cada día más en lo cerebral, se sonreía cada vez que lograba conformar un pensamiento, una idea placentera, que reforzara esa convicción de que todo está perdido y que la gente no logra percibirlo, sólo él lo percibía, aunque a veces dudara demasiado. Se sentía ciertamente superior, percatándose de que ya no existe equilibrio, opto por un camino; el de la felicidad, sin darse cuenta de que por debajo subyacía el dolor de la indiferencia, ésa que se reboza de la indiferencia de los otros. Ya decidido y después de un tiempo de futilidades necesarias logro realizar lo que fue el único acto verdadero de su vida; él era una contradicción.

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